Johann Wolfgang von Goethe: La noche es la mitad de la vida y la mejor mitad
¿En dónde vive el sol y por qué no nos visita de noche? ¿En qué lugar se mete el día cuando llega a su final a las seis de la tarde? ¿Dónde comienza el arco iris y dónde termina? ¿Las estrellas viven en una cueva oscura y duermen todo el día para adornar el cielo en la noche? ¿Quién se toma la molestia de sembrar en todas partes los árboles de trupillo si nadie en ninguna parte había sido visto depositando una semilla en los surcos de arena polvorienta y reseca?
¿Quién acompaña a Dios en el cielo y como hace para que no se le apague el fogón de su casa cuando sopla el viento fuerte que viene desde el sitio en donde los barcos se convierte en figuras de hombres cuya cara tiene un solo ojo? Y a pregunta más inquietante y repetida de todas: ¿A qué hora duerme la noche?
Las preguntas se efectuaban durante la hora del recreo en el colegio en que iniciábamos nuestros estudios de secundaria y tenían respuestas fantasiosas, bellas, creativas que no nos dejaban convencidos pero sí muy felices por el tiempo que podíamos compartir y en esa edad en que el tiempo no es un reloj al mando de nuestras vidas sino un timbre ruidoso pero amigable mediante el cual nos anunciaban que las clases finalizaban y podíamos regresar a casa por un camino tupido de de maleza y bordeado de las espinas moribundas a las cuales los árboles de dividivi habían arrojado de sus ramas para recomenzar su ciclo y forrarse nuevamente de verde.
Alfonso Quintero Pérez, uno de nuestros habituales contertulios de ese tiempo se ha dado a la tarea de encontrar respuestas y ha comenzado por el interrogante preferido de quienes éramos niños en los tiempos aquellos en que la tiza era el elemento principal de la enseñanza y el tablero se constituía en un escenario bastante parecido al patíbulo en donde éramos ajusticiados en los días más bien frecuentes en que no estudiábamos la lección.
Los esfuerzos de Alfonso comienzan a producir los primeros resultados y éstos aparecen consignados en un libro titulado, precisamente, “La noche duerme de día”, una bellísima colección de veintiséis cuentos en los cuales plasma su alegría inmensa de vivir, su deseo indeclinable de volver a los días felices de la infancia y su intención firme de dar libertad al encanto, la imaginación y la metáfora como una forma de contruir los cimientos de una sociedad unida por el sonido de los tambores reunidos en una nueva reunión al fondo del bosque en donde un viejo camión sacaba arena para llevarla al centro de la ciudad en donde se construían al menos dos decenas de edificios.
Si hemos de creerle al autor, como en efecto yo le creo, “la noche se levanta temprano - cuando atardece- y empieza a abrir un cofrecito de plata que guarda en sus bolsillos: al igual que todo lo de natura, la noche tiene su encanto”
La noche duerme de día, pero el libro puede ser leído a cualquier hora. Quien lo tome en sus manos iniciará un viaje en donde no faltará “un cofrecito de plata que tiene mil maravillas y diez mil luceros”.
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